Debiera ser un relato que empiece de otra manera. Debiera seguir un orden cronológico o toponímico. Lo intentaré.
El nombre empezó hace ya un tiempo a darme vueltas en la mente, con eso que el cliché ha acuñado como “sentimientos encontrados”. Pero -valga otro lugar común- el tiempo lo arregla todo, incluso los encontrones sentimentales. Mientras tanto, oir su nombre me producía una afectada indiferencia. Me explico, queria saber pero no demostrarlo, y así, poco a poco, me fui haciendo una imagen de cómo seria o, mejor dicho, de cómo queria que fuese, dándole de 5 para abajo sobre 10 en una imaginaria encuesta de satisfacción y cosas así de arbitrarias que me justificasen bajar este lugar cada vez más en mi “wishlist” de periplos. Concebí muchas imágenes: una ciudad de calles anchas, grises y de brillos lejanos, un Danubio que de azul, sólo el vals; rostros de rasgos indefinibles producto de las muchas etnias que llegaron a una y a otra orilla del río que le dio la vida, fuentes termales al paso cual humaredas bélicas o, por lo menos, géisers hirvientes… Y, lo más grave de todo, una lengua que ni remotamente se puede entender y ni siquiera pronunciar.
Mi pobre relación con Budapest llegó a tal extremo que, una vez tomada la repentina decisión de conocerla, guardé hasta la misma víspera del viaje la leve esperanza de que algo frustrase su ejecución.
Y asi llegó el dia, con todo debidamente planificado (no fuera que en realidad llegase a viajar…).
Conduje de madrugada –ya sabía que empezaria con una mala noche- hasta un aeropuerto allende la frontera linguística, me equivoqué de parking, asistí medio dormida a los interminables controles migratorios para finalmente casi pelearme por un asiento en el avión (cosas de ciertas aerolíneas). Pero estaba preparada para todo, a prueba de sorpresas.
Aterrizamos. La experiencia en estas lides guió mis pasos por el camino correcto a recoger el equipaje, cambiar algo de dinero en la moneda local, coger las líneas de transporte que me llevasen al mundo impersonal de un hotel de cierto rango y empezar a sentirme, poco a poco, en un estado parecido a la euforia que invariablemente me produce el descubrimiento de una ciudad.
Y heme aqui en la “ciudad spa”, la ciudad de dos caras que, lejos de reflejarse en el espejo del Danubio y encontrarse hermanas, me parece que se yerguen frente a frente desafiantes de belleza y serena majestuosidad.
Buda y Pest -sin contar Obuda, la antigua Buda que se adhirio a la moderna- eran dos hasta 1873, año en que se unificaran para convertirse en la segunda capital del Imperio Austro-Húngaro.
Estoy alojada en Pest, la parte que concentra el mundo administrativo, judicial y económico de la capital húngara. Atendiendo el llamado de la urbe, dejo la valija en la habitación y al cabo de una rápida ducha desciendo sonriente al ver que el hotel dispone de un espacio“wellness” (no podia ser de otra manera en este spa generalizado). Tomo Rákóczi Út, una de las grandes avenidas que atraviesan Pest. A paso ligero veo sucederse fachadas art-nouveau, portales, galerías y negocios variopintos en el trayecto que, no podía ser de otra manera, he emprendido con destino a la orilla este del Danubio..
Las calles, a medida que me acercan a mi destino, como irrigadas por las aguas, reverdecen ofreciendo una sombra que se agradece en este verano no buscado.
Hay obras, labores de restauración, risueñas calles peatonales, cafés, boutiques de grandes marcas y, sobre todo, las múltiples joyas arquitectónicas de la “Secesión” (o “Belle époque” o “Modernismo” o los dos juntos, según el país)- de la que este lado de la ciudad es un escaparate gigantesco. Y hay que decirlo: todo muy limpio, sin aglomeraciones de gente, tranquilo.
Llegada a Pest Central, a orillas del Danubio, me pongo a observar las aguas que recuerdan a otros ríos importantes europeos, “la Paris del Este”, me viene a la mente y no carece de sentido. Pero aquí los puentes se suceden imponentes, como brazos extendidos en busca de unidad y algunos guardan la similitud de su antigüedad e importancia histórica. Me siento en una banca, sin hacer otra cosa que mirar el film que describe el “skyline” de Buda sobre la otra orilla y, poco a poco, siento cómo me voy haciendo parte de este lugar. O, más probablemente, cómo este lugar va haciéndose parte de mí.
El pequeño Príncipe (o Princesa…)
Retomo la marcha, dejo atrás al andrógino “pequeño príncipe de Budapest”, tras fotografiarme con él ,con el magnífico fondo del distrito del Castillo Real al otro lado del “Puente de las Cadenas” , (Széchenyi hid en lengua magiar ), símbolo de Budapest, y también el primer puente permanente en el tramo húngaro del Danubio y el segundo en el curso total del río. Antes de su existencia, los viajeros atravesaban el río en transbordador, aunque ya a principios del siglo XV existió un puente de pontones provisional sobre el río. El “Puente de las Cadenas” es también el más hermoso de todos y está inspirado en el puente Hammersmith, puente suspendido sobre el Támesis en Londres. Más adelante veré que no es la única obra civil de inspiración anglosajona.
Puente de las Cadenas
Me alejo del malecón para entrar por la avenida József Attila y salir por la calle Váci. Las terrazas soleadas, las verdes plazoletas, la gente que me cruza, decido, tienen estilo. Este sitio me gusta más y más! Va siendo hora de hacer una pausa y escojo un buen asiento en esta platea que es la calle Váci para ver pasar la ciudad. Un Tokaji blanco “Furmint” y algo para picar terminan de producir el “momento de calidad”
Fachada modernista en la calle Váci y detalle de molduras…
Son las 5 de la tarde y el sol promete unas horas más. Váci Ut tambien y no dudo en seguir por ella. Llego de pronto a una plaza o una explanada. Aqui deduzco que “ter” significa “plaza”, asi como “ut”, calle… Y si la lengua magiar fuese más simple de lo que parece? No sé… Ferenc Deak ter ya me absorbió entre sus bocas de metro de las que emergen grupos de gente al término de su jornada laboral, estudiantes con ganas de marcha, mucha gente, la plaza bulle, pero en armonía, sin apretujones.
Ferenc-Déak-tére
Echo un vistazo al callejero y me alegra ver que estoy a unos cien metros de Andrassy Utca. Una avenida declarada Patrimonio cultural de la humanidad por la Unesco en mérito a su conjunto arquitectónico. La Opera Nacional. La casa memorial de Franz Lizst. El Broadway de Pest, un cruce con cuatro teatros fabulosos en sus esquinas, el Antiguo Palacio de Arte, los lujosos escaparates de Vuitton, Gucci, Coccinelle… este bulevar es bellisimo!Entro en la Opera para admirar su vestíbulo profusa y artísticamente decorado, el mismo que Francisco Jose I visitó en 1884, el momento más glorioso de este símbolo de la tradición operística de Hungría.
Vestíbulo de la Opera Nacional de Hungría, en Andrassy Útca
El día está por acabar. Un descanso se impone, sobre todo para interiorizar las impresiones de la jornada. Budapest es “easy to live in”, es la primera de aquellas. Entro en un restaurante con música live, un pianista solamente. Ordeno en inglés, auxiliada por una foto del plato en cuestión que convenientemente ilustra la carta, un “guiso de pato cocido al vacío en salsa de frutas del bosque y patatas coronadas de crema agria”. Para regarlo, sin complicaciones, una cervecita local.
Al abandonar el restaurante, el sol ya se puso. Pienso que caminar en esta noche cálida del último día de abril por esta sorprendente ciudad del Este es un privilegio que algún ángel reservó para mi.
Alejandra Anfossi
Abril – Mayo 2013
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